Una cicatriz más

El lunes pasado me cosieron 2 puntos sobre el nudillo del dedo anular. Entre el tiempo que tardé en ir a urgencias, la piscina del sábado, que no puedo escribir en el ordenador con la férula puesta y que el corte de por si no fué limpio me va a quedar la cicatriz. No me importa, al contrario. Bajo mi clavícula derecha tengo tatuado 金継ぎ (Kintsugi) pero ni siquiera la palabra oficial en katakana sino en simple hiragana. Kintsugi es un método de reparación japones que enfatiza las imperfecciones uniendo las piezas rotas con oro para darle valor a lo antiguo y vivido por encima de lo nuevo y sin estrenar.

En menos de una semana va a hacer 9 meses que soy madre de una criaturita sin cicatrices. Espero que tenga mucho tiempo para hacerse sus propias cicatrices, curárselas y volverse a hacer más. Pero desde su nacimiento que me vienen a la cabeza miles de recuerdos de mi propia infancia, sobre todo mi propia madre. No es que no tuviera memoria antes, pero, por primera vez, empecé a mirar los recuerdos desde el otro lado.

No me pidáis memorizar caras, números, fechas o nombres. Ese tipo de memoria lo tengo completamente atrofiado. Pero tengo la misma memoria que mi padre, esa maldita memoria fotográfica que nos traslada a otros sitios y a otros lugares del pasado de los que ya nadie se acuerda y, con razón, nadie quiere saber.

Entre esos recuerdos, y por culpa del corte, últimamente me viene uno a la cabeza. Yo no debía ser suficientemente mayor como para cenar con el resto y estaba en la mesa de la cocina acabando mi cena, con mi madre cocinando al lado. Por un momento se sentó a mi lado y se miró las manos. O tal vez fuera yo que le señalara su última herida en la mano y le preguntara. Lo que recuerdo es como se miró las manos y me dijo que se había quemado con el fuego, me mostró sus dos manos llenas de marcas antes de volver a levantarse y remover lo que sea que hiciera para cenar esa noche. Veneno venenoso con veneno me respondería si le preguntaba qué era. Con el tono melancólico que la perseguía me dijo que siempre tenía las manos llenas de cortes y quemaduras por culpa de trabajar. Nunca cotizó a la seguridad social, pero era de esa generación que trabajó desde bien joven.

Algo debió hacer clic en mi cabeza porque 30 años después estoy orgullosa de cada una de las cicatrices de mi cuerpo. Kintsugi. Pero el mío propio, el Kintsugi que se escribe en hiragana, ese silabario simple que al principio sólo podían usar las mujeres.

Sin escapatoria

Cuatro años hace ya que no escribo aquí, aun así, el link sigue en mi firma así que he pensado ¿Y porque no?  Resumen: una boda, un funeral, una pandemia mundial, un nacimiento y otro funeral*. Chin Pum.

Aunque lo más impactante es el nuevo don que he adquirido. En los últimos 7 meses todo el mundo se para hablar conmigo y me explican su vida. La pandemia del covid19 da sus (esperemos) últimos coletazos. Todos vamos con mascarilla por la calle e intentamos mantener la distancia social. Lo que debería aumentar el anonimato ¡pero no! La gente se acerca y entabla conversación como si fuéramos a ir juntos a un concurso de esos de la TV donde tienen que demostrar lo mucho que se conocen para ganar un millón de euros. Es horrible ir por la calle. Pongo por ejemplo esta mañana. Salgo con la idea de comprar un exprimidor nuevo. Evito la calle de la frutería porque sé que no puedo pasar sin que me enseñen sus fotos del móvil o me expliquen la última novedad. Caminando por calles secundarias llego al Miró pero el dueño me reconoce y entabla una conversación banal de la que apenas sé salir. Al salir una señora, que no he visto jamás, me saluda con la mano y me sonríe de forma exagerada. Huyo de vuelta a las calles secundarias. El ratoncito Pérez acaba de mudarse así que paso cerca de su casa para ver cómo le ha quedado. Hago una foto, rápida con el móvil que ya tengo en la mano. Y un señor en la portería de al lado aprovecha ese microsegundo para sonreírme y hablarme como si realmente pensara ganar el millón de euros. Me escapo diciendo «adéu, adéu». En mi camino me cruzo con una tienda de golosinas, me meto un momento para comprar, salgo de ahí 15 minutos más tarde y conociendo el historial médico de la dueña. Eso sí, ni un descuentito. De vuelta a casa con paso acelerado dos señoras de 80 años empiezan a hablarme muy amablemente para acabar metiéndome bronca por algo de los calcetines. Ya en la escalera me he encontrado a Elisabet y Pepe, dos vecinos de finca. Fidel Castro no le llegaba a la suela de los zapatos a la señora Elisabet. Esto sí que son discursos largos. Y de fondo siempre la misma cantinela: ¡Qué ojazos! ¿Cuánto tiempo tiene? ¿Cómo se llama?

He puesto aceite a la puerta de casa para no hacer ruido al meter la llave.

*Ah! me he comprado una moto nueva.

Estrellas en el mar

Pasó hace dos años, poco antes de las Navidades, después de muchas cosas y antes de muchas otras. Pero es uno de los recuerdos más intensos que tengo.

Los músculos amenazaban con dejarme paralizada por el miedo de un momento a otro. El corazón me iba a explotar y sin duda el barquero al que había confiado mi vida debía estar escuchando los latidos. Estábamos en una barca de madera, en medio de la oscuridad a varios kilómetros de la costa, apenas nos iluminaba la luna y unas cuantas estrellas. Entre estas estrellas sólo hay oscuridad, una negrura que no existe en las ciudades, una carencia de luz que activa todas las señales de peligro de mi cerebro. El agua aún era más oscura que el cielo, no tenía fondo y estaba llena de peces y otras especies que no quería imaginar. Por un segundo me pasan por la cabeza los tiburones que había visto por la mañana. Yo iba a meterme en esa agua que movía la barca. No había cobertura telefónica ni hubiese sabido a quien llamar, me encontraba en medio de un país desconocido donde no hablaban mi idioma y a cientos de miles de kilómetros de cualquier persona conocida. Me acompañaba un señor que me entregaba unas gafas de buceo y por señas me decía que me tirara. El tuvo que meterse primero en el agua. Yo estaba aterrada no quería ni pensar todo lo que me podía pasar, por unos segundos controlé lo suficiente mi imaginación y me lancé en el agua. Ya rodeada de ese líquido templado y con la oscuridad debajo de mí empecé a mover mis manos, mis pies para mantenerme a flote. ¡Y ahí estaban! Ahí estaban las miles de estrellas agitándose conmigo dentro del agua. Por una décima de segundo dejé de pensar en mi corazón, en mi respiración y en la parálisis inminente de mi cuerpo. Aquello era extraordinario, había tantas estrellas en el cielo como en el mar. Había estrellas sobre mi cabeza, bajo mis pies, en mis manos, entre mis dedos, había estrellas por todos lados. Se movían brillantes a mí alrededor, podía jugar con ellas, dejar que hicieran una estela o quedarme quieta y hacerlas desaparecer. Usé el tubo para meter mi cabeza bajo el agua, el espectáculo era increíble, algo que sólo se puede explicar estando ahí. Pero varios ataques de pánico en el agua me recordaron que todas las alarmas de seguridad de mi cuerpo estaban activadas. La situación me aterraba, me cortaba la respiración y me hacía hiperventilar casi a la vez, me deja sin palabras, ya no sé si por el espectáculo del plancton o por el miedo.

 

Mi cabeza pensando: “A lo mejor hoy muero de un infarto pero ¿Cómo se puede explicar lo que es flotar entre estrellas?

Monstruo
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La vuelta

Junio del 2015 enseño el pasaporte al policía, le da un vistazo rápido y por primera vez en muchos meses no me ponen en sello, tardo unos micro segundos en darme cuenta que no me va a poner sello. Estoy en Europa, escala en Bruselas, lo primero que me choca es la falta diversidad en general. No hay turbantes, rasgos asiáticos ni pieles oscuras y encima reconozco la mayoría de idiomas. Todos parecemos iguales,

Mi puerta de embarque no está marcada y faltan veinte minutos para embarcar, el aeropuerto está en obras y no consigo llegar a la zona. Luego me entero que el día anterior hubo problemas en el aeropuerto y no salieron ni entraron vuelos así que todavía están un poco descolocados.

Llego a Madrid y mi primera parada es Goya, pido unas rabas/calamares rebozados y una coca-cola light. Es raro estar aquí pero no tanto como me esperaba. A los pocos minutos saludo a Marta que me deja una copia de las llaves de su casa. Paso el fin de semana en una casa que ha cambiado pero conozco desde hace demasiados años para que me sea extraña.

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Cojo un autobús a Barcelona, llego a la estación de Sants. He bajado de autobuses similares en esta estación miles de veces, no es diferente. Llamo a mi amigo, cojo el metro y voy a su casa. Nos encontramos en la calle, yo subiendo el bajando, nos abrazamos me invita a una comida típica Barcelonesa: Durum turco. Me presenta una gata que ha adquirido hace unos meses y esta se acerca sin hacerme mucho caso. Ambos estamos agotados así que me devuelve las llaves de mi moto, me explica como entrar en el parquing y nos vamos a dormir.

A la mañana siguiente tengo que bajar al centro, cojo la moto y desde el Parque Güell veo Barcelona. ¡Es tan bonita! Una amiga me dijo que tendría que haber nacido en otro sitio para apreciar la ciudad. Me gustaría haber nacido en otro sitio para poder venir a Barcelona a vivir quedarme encantada con sus colores, edificios, el verde del parque Güell, al lado de la playa, de la montaña, con el buen tiempo. Y conducir la moto, es genial notar la fuerza del viento contra mi, aunque no es tan interesante cuando hay mil coches a tu alrededor pitando y cambiando de carril. Todos los coches de mi carril se paran en el semáforo, yo con ellos, pongo el pie en el suelo. Se pone verde, todos los coches arrancan incluido el de delante mío que arranca, arranco con él pero de pronto frena y vuelve a arrancar. Yo hago lo mismo. Mierda! Estoy volando, estoy sollándome el hombro contra el suelo, joder, levanto la cabeza para no darme, mientras sigo deslizándome por el suelo, me he caído, estoy cabreada porque no tenía que haber frenado de golpe.

-Quién ha sido? Quién ha sido? Quién ha sido? Quién ha sido? Quién ha sido? Quién ha sido? Repite insistentemente un policía mientras se me acerca.
– Nadie, nadie. He sido yo sola.
– Quieres una ambulancia?
– No, gracias (Para que? Estoy cabreada y sólo me duele un poco el brazo. Estoy muy cabreada conmigo misma.)
– Te hago algo? Quieres una ambulancia?
– Si puedes levantarme la moto de encima del pie, me harías un favor.
– Sí, claro.
– Llamo a la ambulancia?
– No hace… bueno… espera. A lo mejor sí porque este dolor en el brazo no es muy normal.
– Espera que voy a llamar a la ambulancia. – Se va mientras su compañera corta el tráfico en mi carril. Momento que aprovecha una señora para sacar su cabeza detrás de un autobús e identificarse como poseedora de un curso de primeros auxilios.

Manual de prácticas sobre que NO hacer cuando veáis un accidentado:
– No le digáis que tu marido no se acerca porque su hijo murió el año anterior de un accidente de moto. No mováis al accidentado del suelo. No le ofrezcáis agua y sobretodo no le preguntéis qué tal apoyando vuestra mano en la parte del cuerpo que le duele.

Como mínimo me mantuvo distraída hasta que llegó la ambulancia donde la médico le metió bronca a la mujer y me dijeron que seguramente tenía la clavícula rota mientras me metían analgésicos por un tubo. El conductor me pregunta donde vivo para decidir a que hospital llevarme, oficialmente vivo en UK así que me envían al más cercano. Hospital de San Pau. Llevo años queriendo visitarlo. Qué bien! cuando salga podré hacer una visita que nunca he conseguido. Cuatro horas después estoy en otra ambulancia de camino a la Vall d’Ebron mientras el conductor me explica sus aventuras sexuales. Ocho horas después estoy buscando a Gerard por la calle tengo mucha hambre y mucha sed, me compra un helado y lo adoro.

Varias semanas de brazo semi inmovilizado hasta que me operan, me ponen un trozo de titanio, 14 grapas y me dicen que no lo mueva mucho «sí, claro…». Menos de una semana después de la operación celebro San Juan saltando sobre una fuente de chispas, tirando petardos y viendo el amanecer sobre la ciudad. Dos semanas después de la operación estoy en Madrid y poco después en Londres. Aquí sí noto que he vuelto a casa, el clima me golpea, el Thamesis es marrón, conozco la ruta más larga y la más corta para llegar a donde quiero aunque no consigo recordar los números de autobús hasta que llego a la parada y los veo escritos. Cojo la ruta más larga, me siento y disfruto del recorrido. Me encuentro con amigos, nos encierran en un parque y con un brazo en cabestrillo salto dos veces una valla, hacemos una barbacoa, estoy con amigos. He vuelto!

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Experiències de viatge

Hace tiempo que tengo esto un poco olvidado. La vuelta a casa fue accidentada y estoy pendiente explicarla ¡No me olvido de vosotros!
Ahora quería actualizar para explicaros que hace poco más de un año la editorial Nova Casa buscó relatos de viajeros para completar un libro que por fin verá la luz este Sant Jordi. Yo envié un relato desde Vietnam que era donde estaba en ese momento. Los que me seguisteis sabéis que aquello todavía era el inicio, me faltaban varios meses de viaje y muchas experiencias por vivir así que ser condescendientes. Junto a mi 43 autores más explican sus experiencias de viajes. Aquí os dejo el link por si queréis comprar el libro
Portada
En Barcelona lo podéis encontrar en:
ALIBRI
Carrer Balmes , 26, 08007 Barcelona
Teléfono: 93 317 05 78
Lunes a viernes : 09:30-20:30h
Sábados: 10:00-20:30h

Pablo Bosch San Juan
Passeig de Maragall, 166, 08027 Barcelona
Teléfono: 933 51 76 60

Al peu de la lletra
Carrer de Calàbria, 281, 08029 Barcelona
Teléfono: 934 30 66 08

Santos Ochoa Barcelona
Passeig de Fabra i Puig, 165, 08016 Barcelona
Teléfono: 933 52 71 87

Ah! El libro sólo está editado en catalán así que para los que no habléis el idioma siempre podéis utilizarlo como tope de la puerta 😉
De paso os anuncio la presentación que será mañana en la Biblioteca Jaume Fuster
Llibre

México – Washington

Hay muchas maneras de ir desde México ciudad a Washington DC. Por ejemplo cogiendo uno de los dos vuelos diarios de 4h y 30 minutos operados por United y Aeromexico, uno a las 10 de la mañana y el otro a las 6 de la tarde. Pero quien quiere estar casi 5 horas sentado en un avión sin hacer nada? Es mucho más divertido tardar 20 horas, coger 4 aviones y hacer un poco de ejercicio entre avión y avión. Esta historia empieza a las 5:10 de la madrugada cuando el taxista para discretamente frente a la puerta de casa y los perros se desperezan, se despiertan y piden al vecindario que se una a ellos para darle la bienvenida. Llama a la puerta y salgo, abro la primera puerta amenazando al gato con la mirada para que no saliera, la cierro. Abro la segunda puerta despidiéndome de los perros, que han comprendido que es una fiesta privada, con unas palmaditas y cierro la segunda puerta. El taxista ya tiene el maletero abierto, dejo la mochila, me siento y veo que no tienen el taxímetro encendido así que le pregunto cuánto va a costar. 210 pesos (12€) por un recorrido de 15 minutos a las 5 de la madrugada está bien. Me pregunta la terminal, no tengo la más remota idea, no lo pone en el email de confirmación, le digo la aerolínea, el destino y me para frente a la terminal 1. Doy gracias por la sabiduría inmensa de los taxistas. Justo en frente a la puerta tengo las máquinas para sacar el billete, pongo mi código, me pide que escanee mi pasaporte y me sale un aviso para que pida asistencia. Lo hago con mi mejor sonrisa matutina. La señorita me pregunta por mi VISA. Visa? La tarjeta visa con la que he pagado? No, no la visa. Mi cara de «me estas hablando en chino» y su cara de cansancio no hacen una gran combinación y se empieza a desesperar. Le pido disculpas pero no tengo la más remota idea de que me habla. El Visado? No!!!! La visaaaa…. Ni puñetera idea. De verdad, lo siento mucho pero no sé de que me habla. Empiezo a sacar las tarjetas de crédito, sólo una de ellas es VISA (las otras dos son Mastercard) y no he pagado nada con ella en un año. Empiezo a pensar que se puede pronunciar como VISA que no sea una tarjeta: Viza, visha, vicha, biza, bicha, bicho, bicharraco!?!? No se me ocurre nada. Al final se le ilumina la bombillita y me pregunta si tengo ESTA. El permiso para entrar en Estados Unidos. Le digo que sí y dice que estoy exenta de eso que todavía no he comprendido que es. Aprieta un botón y se imprimen mis tres billetes con los que voy al mostrador: México – Miami – 2 horas de espera- Orlando – 3 horas de espera – Washingon me confirman que tengo que recoger la mochila en Miami para pasar la aduana y volverla a dejar. He llegado con tiempo así que me da tiempo a sentarme en un Starbucks, recorrer las terminales, ponerme en la cola, salir de la cola para gastar las últimas monedas en una botella de agua con sabor y dejar que el vuelo salga puntualmente.

Primer vuelo: México – Miami. Durante el vuelo me ofrecen bebidas gratis pero estoy tan cansada que abro un ojo, veo el carrito y lo vuelvo a cerrar. Si me ofrecen vuelos gratis para el resto de mi vida no me he enterado. La llegada es puntual, por un lado salen los estadounidenses, canadienses y los poseedores de ESTA y por el otro lado el resto. Desde policías estadounidenses a pasajeros por todo los lados se escucha castellano con acento cubano. Me meto en la cola de poseedores de ESTA, donde hay una línea de máquinas que te dicen si eres guapo o no. Pongo mis datos y me dicen que no soy lo suficientemente guapa, me ponen una cruz en el papelito y me envían a la cola de repudiados. Miro a mi alrededor y veo varios pasaportes estadounidenses así que la cola no debe ser para que me exporten del país. Poco a poco me voy acercando a seguridad donde me miran la cara y me preguntan de dónde es mi pasaporte, dice que no es común ver pasaportes españoles en Miami a estas horas y me dejan pasar. Tengo un blashback de la frontera de Perú donde taparon el nombre de mi pasaporte con la mano y me preguntaron «¿Cómo te llamas?» A pesar de la tentación de decir «Pepita de los palotes García, con acento por favor» respondí correctamente. Cojo la mochila y con ella me voy a la nueva cinta transportadora, mi mochila ya se va a Washington con o sin mí. Me dirijo hacia el segundo avión, llego justo a tiempo para embarcar.

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Segundo vuelo: Miami – Orlando. Subo al avión, me toca la ventanilla así que puedo ver el despegue y el aterrizaje. No tengo a nadie en el medio y en el pasillo hay un señor de mediana edad que parece no haber subido nunca a un avión. Nos piden que nos abrochemos los cinturones, que pongamos nuestro respaldo en posición vertical, mesillas dobladas, empiezan las explicaciones de emergencia. Y esperamos que el avión se ponga en marcha, y esperamos, y esperamos y seguimos esperando y esperamos durante media hora, una hora, una hora y media, dos horas…. Nos dicen que hay un problema con no sé que, miro el reloj, me quedo dormida, cuando despierto ya estamos en el aire. Vuelvo a quedarme dormida hasta que veo Orlando por la ventanilla, muy verde, muchos lagos, muy bonito. Miro el reloj faltan 45 minutos para que salga mi vuelo de conexión, el avión da vueltas sobre el aeropuerto, 40 minutos. El avión se prepara para el descenso 30 minutos. El avión desciende y aterriza 20 minutos. Señores pasajeros por favor tomen asiento y abróchense los cinturones hasta que el avión se haya parado completamente. Por favor, siéntense en sus asientos o el avión no se puede mover. Mirada asesina. A 15 minutos de mi siguiente vuelo abren las puertas, salgo disparada, cojo una lanzadera, me equivoco de salida y vuelvo a pasar por seguridad, tiro la botella de agua y paso de largo toda la cola, cojo otra lanzadera. A 2 minutos de la salida de mi vuelo llego jadeando al mostrador y escucho como un pasajero se queja porque no le van a dar el asiento VIP, el cartel luminoso sobre la asistente dice: «Avión despegado» agrrrrr gruño mientras me piden disculpas 40 veces. Me recolocan en un vuelo hacia Washington pero tengo que cambiar de avión en… Miami! Mientras me rio aparece un señor que ha perdido el mismo vuelo, no será el último. Tenemos exactamente 30 minutos para llegar al siguiente vuelo. Preguntamos por nuestras maletas facturadas nos dicen que llegaran a Washington en algún momento con algún vuelo. Nos convertimos en compañeros de viaje, es de Granada ese país enano en el Caribe y está bastante más preocupado que yo por sus maletas, intenta ir a preguntar por ellas pero al rato vuelve para no perder el avión. Tercer avión: Entramos al avión los dos juntos, nos sentamos en filas así que paso delante. Nada más entrar reconozco a la azafata que me pide disculpas 55 veces, y un par más durante el vuelo, me hace fijarme que este es otro avión, más nuevo, dice. Esta vez tengo pasillo, intento ver la peli pero los auriculares no funcionan. Alguien frente a mí se lo dice al asistente de vuelo que promete reportarlo. Cuando por fin aterriza todos los de mi zona nos levantamos estresados, las puertas tardan en abrirse y empezamos a hablar somos 6 que estamos en ese avión porque hemos perdido una u otra conexión. Los que sabemos menos sobre el aeropuerto de Miami escuchamos las recomendaciones de los que conocen bien el aeropuerto. Por megafonía avión nos informan de las puertas de las conexiones y salimos todos escopeteados.

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Cuarto avión: Lanzadera y carreras para llegar a la puerta correspondiente, ya no hay nadie en la fila para embarcar pero todavía no han cerrado puertas, entro y detrás mío un chico que reconozco de mi avión anterior. 10 minutos después de la salida prevista del avión las puertas siguen abiertas. Llega mi amigo Granadino del Caribe, se sienta a mi lado y por megafonía anuncian un problema con el cierre de la puerta. Ambos nos miramos y nos ponemos a reír por no llorar. Desde el avión puedo acceder al wifi de la terminal y aviso al albergue que llegaré tarde. Finalmente salimos con 25 minutos de retraso. ¿Las maletas? Ni idea. Al menos llevo encima lo necesario para sobrevivir.

Llegada a Washington: Tenía que llegar a las 20h pero son las 00h de la noche. No tengo ninguna fe en ver mi mochila hasta el día siguiente así que me preparo para reclamarla y dejo a mano la dirección donde quiero que la envíen cuando escucho una vocecita que dice: «Aquí, aquí» miro alrededor pero no hay nadie. Sigo mi camino hacia las maletas de mi vuelo cuando escucho de nuevo la vocecita, esta vez me paro y veo a mi lado mi mochila mirándome con ojos lastimeros pidiendo ser recogida. La cojo y le prometo que no la dejaré en otro vuelo hasta Europa. Me acerco al mostrador de la lanzadera que había reservado y no hay nadie pero un conductor me dice que si cambio de terminal hay otro abierto. Entre los ronquidos de una señora me confirman que no hay ningún problema en meterme en el siguiente minibus. Llego a mi albergue a la 1am, la primera cazadora de BtVS me está esperando, con todo el respeto del mundo hacia tan ilustre persona, hago el check in y pago con tarjeta. En este país todo se puede pagar con tarjeta de crédito, hasta puedes comprar un alma nueva con tarjeta. Me da la tarjeta magnética que me abrirá el portal a las habitaciones y la recojo como si fuera la espada de las cazadoras. Subo en el ascensor, abro la puerta de la habitación, busco mi cama y ya está ocupada. Eso de que cazadora sólo hay una en cada generación es la mentira más grande del mundo y no espero que nadie entienda esta referencia *sigh*

Llave de la habitacion

Llave de la habitación

Busco alguna cama libre en la habitación y están todas ocupadas, reviso que no me haya equivocado de habitación. Bajo a recepción, se lo explico a la chica que sube conmigo y despierta a la chica de mi cama que está ahí porque la suya está ocupada. Esto es la versión nocturna del juego de las sillas. Pero como no hay música la recepcionista no quiere jugar y volvemos a bajar, me da otra cama en otra habitación. Subimos las dos juntas para ver si la fiebre del juego de las sillas se ha extendido, la cama está desecha pero todas las chicas se han ido a dormir a su propia cama. Le pregunto si me puedo quedar ahí las dos noches que he pagado y como no está segura volvemos a bajar mientras llama al manager. Al final me quedo en recepción esperando que alguien modere el juego. A las dos de la madrugada ya nadie quiere seguir jugando y por fin subimos a la segunda habitación, ayudo a hacer la cama con sábanas limpias. La chica bajo mi litera es tan maja que se acuerda de toda mi familia, al día siguiente intento no cruzarme con ella en el desayuno por si decide marcarme la cara para el resto de mi vida. Paso olímpicamente del desayuno, demasiado sueño. Tengo que dejar la cama libre a las 11, para que me asignen otra a las 15h. Una chica discute para que le den una cama antes, yo pido cambio para la lavandería. Me dan 10$ en un tubo de monedas de 25cts que parecen un puño americano, ya tengo con que defenderme de la chica bajo mi litera si me la vuelvo a encontrar. Las máquinas lavan mi ropa mientras yo reviso tranquilamente internet con los pies sobre una mesa y el móvil enchufado al cargador. En el sótano sólo se escucha hablar castellano lo que asusta a una asiática que no consigue hacer funcionar su lavadora, después de unos buenos 10 minutos de intentos frustrados bajo los pies de la mesa y con lo que queda del puño americano marcándose en mi bolsillo le pregunto en inglés si necesita ayuda. Me señala la lavadora, la miro, la vuelvo a mirar a ella, vuelvo a mirar a la lavadora, la vuelvo a mirar a ella, me promete que ha puesto las monedas, bajo la mirada a la máquina leyendo el cartelito luminoso, vuelvo a mirarla a ella, levanto una ceja, me devuelve la mirada, me acerco hacia la lavadora que pone «por favor cierre la puerta», cierro la puerta y la lavadora empieza a funcionar. La chica asiática me da las gracias como si le hubiera salvado la vida. Me siento Superwoman, como agradecimiento me da una bolsa gigante de cacahuetes, todo el mundo sabe que a Superwoman se le paga en cacahuetes.

México

Llego con retraso al aeropuerto, mi mochila tarda eones en salir pero al menos paso rápida por los controles. Debo tener mucha cara de guiri porque cuando a una mujer se le cae el montón de maletas y la ayudo en lugar de darme las Gracias me da las «Thank yous» a pesar de estar hablándole en castellano. Cuando se abre la puerta del aeropuerto entre toda la gente veo a tres personas, la primera una chica que hacía casi 10 años que no veía a la que saludo con un abrazo, pocos centímetros por detrás dos personas que sólo había visto en fotografías pero que me acogen con los brazos abiertos. Sin tiempo a reaccionar demasiado me encuentro preguntándome cómo ha llegado una niña rubia a mis brazos mientras ella pide Skwinkles (unas tiras de gominola con chile). Cruzamos en coche la ciudad con más población de Norte América y ya en casa un montón de lluvia con rayos decide aparecer por el cielo de Coyacán, en el centro geográfico del distrito federal de México. La luz se va y viene para finalmente quedarse con nosotros. La luz en casa del hermano de Rafa, mi anfitrión, ha decidido que lo mejor es que nos haga una visita. Me alegro de la decisión y entre los tres me introducen a la comida mexicana, demasiados nombres para recordarlos, está buena y el picante es moderado. No deja de sorprenderme como la niña rubia de piel tan clara que pasaría por sueca pide comer mango con un poco de chile. Aprovechan para explicarme expresiones locales así cuando al día siguiente una chica me pide si «me regalas tu pin (de la tarjeta de crédito)» no llamo a la policía sino que lo pongo en la máquina con una media-sonrisa. Es bueno conocer a gente del país.
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Al día siguiente acompaño a Elena y Rafa a hacer unas gestiones al centro de la ciudad, quedo fascinada con la rapidez del papeleo. En media hora estamos saliendo por la puerta camino al Monumento de la Revolución Mexicana que se inició en 1910 y, después de muchas idas y venidas se acabó en 1938. El monumento también sirve de mausoleo para Francisco Ignacio Madero, Venustiano Carranza, Pancho Villa, Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas cuyos restos se suponen enterrados en cada una de las cuatro columnas. Pudimos visitar el paso de cimentación donde se ve el interior del edificio y el mirador desde donde se ve toda la capital. De allí Rafa nos llevó a comer el mejor pulpo que he comido jamás, sí es cierto que había más comida y toda estaba buenísima pero yo todavía sueño con ese pulpo. Antes de pasar a buscar a la niña del colegio nada mejor que un recorrido en coche por los monumentos más destacados del centro de la ciudad con explicaciones de cada uno de ellos, ya tendría tiempo de verlos tranquilamente más adelante. Para acabar la tarde un paseo por Coyacan con explicaciones de la zona. ¿Se puede pedir más? Por la noche un gato juega con mis zapatillas pero se aburre y decide que es más divertido esperarme mirando la puerta cada vez que la abro. Al día siguiente es el día de la madre así que Rosa, junto a sus compañeros de clase, tiene una canción y unos regalos para su mamá. Como Rosa tiene un poco de tos no puede ir al cole y me paso el día jugando con ella, no sé quien se lo pasa mejor de las dos. Acabamos la tarde en la Casa Azul, el museo Frida Kahlo donde están las dos camas que usaba Frida (cama de día y cama de noche), la biblioteca y la cocina tradicional mexicana. De vuelta le compramos un coco a un vendedor ambulante. El chico abre el coco, nos da el líquido en una bolsa con una pajita, corta la pulpa a trozos y la pone en otra bolsa junto con un poco de limón y sal, el chile ya lo pondremos en casa, gracias. Yo flipo pero reconozco que está bueno y lo incorporo mentalmente a la lista de «mezcla de comidas que he descubierto por el mundo».

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Durante el fin de semana tengo más tiempo de ver el centro y gracias a una norma absurda para reducir la polución descubro el transporte público. Junto a Elena, Rafa y su hermano no me había dado cuenta pero en el metro me doy cuenta que aquí tampoco podría encontrar zapatos de mi número.
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La plaza de la Constitución de la Ciudad de México, El Zócalo, es la plaza principal de la ciudad con 46800 m² y marca el centro histórico de la ciudad. A su alrededor está el Palacio Nacional, el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, el Edificio del Gobierno, el Museo del Templo Mayor y la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. El hundimiento de la Catedral es notable y es que el centro de Ciudad de México se hunde hasta 2’5 centímetros AL MES debido a la extracción subterránea de agua. Leo en un artículo que existen zonas locales de Xochimilco donde se hunde hasta 35 cm/año. La catedral en concreto se ha hundido 10 metros en 100 años. En el mismo centro histórico de la ciudad de México está el Palacio de Bellas Artes y el Palacio de Correos de México o Quinta Casa de Correos, edificios que valen mucho la pena visitar tanto por dentro como por fuera. Siguiendo varias recomendaciones visito el Museo de Antropología en el bosque de Chapultepec, del que me acaban echando al cerrar, de ahí paso a la Avenida Reforma, la fuente de Diana Cazadora y el Ángel de la Independencia de 1910 para conmemorar el Centenario de la independencia.

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Esto ya se acaba y lunes visitamos las ruinas de Teotihuacan. Es una de las principales ciudades prehispánicas y me parece un lugar increíble. La vista desde la pirámide de la luna, sin ser la más alta me impresiona más que las ruinas de Angkor Vat, seguramente porque es un sitio más abierto y estoy menos saturada de monumentos. No es difícil imaginarse la vida de la población recorriendo las calles, comerciando y atendiendo a rituales religiosos.

 

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Por muchos datos que dé y os explique lo maravilloso de México no puedo evitar sentir que me dejo algo. Lo mejor fueron las personas que me encontré y me acogieron allí. Las historias del abuelo aviador de Rafa, las charlas en el patio con Elena, disparar balines por primera vez y estar rodeada de buena gente. Decir sin darme cuenta «pinche gato» cuando me asusta o repetir «pues claro que sí» con acento mexicano. Aprender palabras como «güerita» o que un chapulín es un saltamontes. Dar las gracias en catalán porque se parece más al acento mexicano que el castellano y salir de la tienda diciendo «adéu» bajo la mirada del dependiente que se pregunta qué le acabo de decir. La última noche nos juntamos con Rodrigo, dice que se va a embarcar en un barco de Bilbao a América, prometo que si él lo hace yo voy a despedirle. Aquí queda escrito.
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Peru

Me sobran unos días antes de coger el avión hacia México y estoy muy cerca de Perú así que me decido a pasar la frontera. La primera parada es Puno en la otra orilla del Titicaca donde viven las comunidades de los Uros en islas flotantes hechas de raíces. Llego a una de las islas flotantes cuando empieza a anochecer, en cada isla viven entre tres y diez familias, en esta viven 6 familias. Los Uros viven de la pesca y la caza de aves y mínimamente de la ganadería. Pero la principal fuente de ingresos es la venta de artesanías a los guiris que nos presentamos a ver cómo viven así como del paseo en barco que ofrecen por 5 o 10 soles. En total hay unas 80 islas hechas sobre bloques de raíces de totoras (espadañas), al descomponerse las raíces producen gases que ayudan a la flotación y permiten la construcción de casas de totora seca de una sola habitación. La verdad que andar sobre las islas es bastante cansado, los pies se hunden constantemente entre las raíces y tienes que levantarlos más de lo que acostumbrarías. En la segunda isla que visitamos no hay alojamientos ni niños sino un local enteramente dedicado a la venta de artesanía que unas mujeres hacen a nuestro lado, un restaurante y una cafetería para el turista. Aquí han puesto tablones de madera para pasar de una casa a otra así que es más fácil caminar. Para cocinar hacen fuego en el exterior de las casas y así evitar el riesgo de incendios. Para hacer sus necesidades tienen que desplazarse a otra isla más pequeña especialmente construida para ello. Luego la cubren de cal para evitar el olor y la contaminación de la zona. Curiosamente el cuerpo de los Uros se ha acostumbrado a ir sólo una vez al día al baño así que no tienen que hacer viajes constantes de una isla a otra.
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En tres horas ya estoy de vuelta a la estación de Puno y me quedan otras tantas para coger el autobús que me llevará a Cusco.

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Me doy una vuelta por la ciudad buscando algo de comer. Encuentro diez y seis pollerías, entro en el único restaurante que no es pollería y me dicen que sólo les queda sopa de pollo. Al final me meto en una de las pollerías pido un cuarto de pollo con sopa de quinoa y al menos consigo tener algo caliente entre pecho y espalda. Mi autobús sale puntual a las 22h y es bastante pijo, aunque no tengo nadie al lado hay una cortinita entre asientos. Me acomodo, me saco las bambas cuya punta se sigue congelando, me cambio los calcetines y me quedo dormida mientras dan una peli de Channing Tatum. A las 4:50am me despiertan unos ruidos, miro a mi alrededor y no hay nadie. Yo confiaban en los omnipresentes retrasos de los buses pero parece ser que Perú es más puntual que el Big Ben. Es negra noche, me pongo las bambas como puedo, cojo la mochila y bajo totalmente dormida. Nada más poner un pie en la estación me acosan preguntándome si quiero taxi, alojamiento o mil cosas. Mi idea original era quedarme en la estación hasta que se hiciera de día pero estoy demasiado dormida para pensar coherentemente o vigilar la mochila. Les hago un gesto con la mano para que me dejen espacio pero la mujer que ofrece alojamiento ve mi cara de dormidísima, se pone a mi lado y repite: «Por 20 soles y puedes dormir esta noche, sólo 20 soles (6 euros) y tienes una habitación privada para dormir ahora mismo». Me enseña un mapa en el que no sé ni localizarme a mí misma, no puedo pensar en nada que no sea seguir durmiendo. Finalmente me ato las bambas, recoloco las mochilas, calculo cuanto son 20 soles y acepto. Me guía hacia un taxi, me fijo que está en la cola oficial de taxis así que no me quejo. Es un hombre majo y me despejo hablando con él. Me cobra menos de un euro de más. A las 5:15 am ya he hecho el checkin y estoy en una habitación desastrosa, me es igual. Internet se vuelve loco después de varias semanas en Bolivia, comparado con el país vecino esto es como viajar a la velocidad de la luz. Duermo hasta las 10h, busco un alojamiento más decente para la siguiente noche y hago el check out. El camino hasta el alojamiento que he escogido es empinado con calles estrechas y coches que a duras penas pasan sin atropellarme. Hay varios hoteles y hostales por el camino así que me paro en uno. Pregunto el precio, es carísimo pero el señor trajeado que me ofrece un «precio especial» insiste que vea la habitación. Subo con él al segundo piso, abre las dos hojas de la puerta de la habitación como si fuera una diva entrando en su escenario. Veo la habitación, veo la bañera en el baño, veo las sábanas limpísimas, las toallas blancas, el jabón, las paredes decoradas con gusto, el radiador y hasta un balcón que da a la calle mientras dice a mi oído: «desayuno de buffet libre». Cojo la habitación por dos noches.

Son casi las 5 cuando después de bañarme y quitarme la ropa sucia salgo con la mochila llena de ropa para lavar, se la doy a una mujer unas puertas más abajo. La puedo recoger en un par de horas, voy a dar una primera vuelta por la ciudad y la plaza de armas me enamora. Cusco significa ombligo en quechua, los Incas pensaban que el ombligo es el centro de toda vida y Cusco era para ellos el ombligo del mundo. Me tomo algo en el ombligo del mundo mientras espero que se pasen las dos horas, cuando vuelvo un niño se lanza contra mis piernas, la madre se muere de verguenza y me pide disculpas mientras yo lo cojo y le hago dar una voltereta en el aire. Me paso veinte minutos jugando con Carlos, mi nuevo mejor amigo en la ciudad.

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El desayuno es de 6:30 a 9am, se nota que la mayoría de gente se va temprano para llegar a Aguas Caliente, Hidroheléctrica y de ahí al Machu Pichu. Todavía dudo si pasarme por el Machu Pichu pero la verdad es que es bastante caro y prefiero seguir con mi ritmo tranquilo de viaje. Recorro la ciudad empezando por el mirador de San Blas desde donde se puede ver gran parte de la ciudad. Las calles siguen siendo estrechas, empinadas y hechas de piedra, los coches pasan lentos al lado de los peatones que se turnan para pasar o dejar pasar por el estrecho bordillo. La altitud no debería afectarme tanto como en La Paz o Potosí pero después de caminar un rato estoy muy cansada. Subo unas escaleras y miro hacia arriba planteándome si subir hasta las ruinas incas de Sacsayhuamán o si pasar y bajar hacia la plaza de armas cuando un chico me pregunta si hablo castellano. Hablamos un rato que si el Barça, la vida, los políticos etc. Y al final me ofrece hacer con él una excursión a caballo por los alrededores por 60 soles (17euros).
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A él como indígena de la zona no le cobran entrada a la zona arqueológica, después del recorrido a caballo me puede dejar en el cristo blanco así sólo tengo que bajar hacia Sacsayhuamán ahorrándome la cuesta y los 70 soles de la entrada. Me parece un buen trato, me sube a su coche y me lleva a un rancho. Allí me junto con tres personas más; una mujer y su hija, estadounidenses que han venido a Perú a hacer una carrera y Sebastián un madrileño que se mudó a estados unidos hace 9 años y también está en Perú por la carrera. La web de la carrera es www.race2adventure.com por si alguien quiere animarse. No se me ocurre mencionar que no sé montar a caballo hasta que ya estoy encima de uno. Por suerte el caballo sabe el camino mejor que yo y cuando intento guiarle erróneamente hacia la izquierda él se resiste y va hacia la derecha. Visitamos las Rocas Lacacuyo, el templo de la luna y el Cristo blanco. Es festivo así que los descampados están llenos de peruanos que han venido a hacer picnic.

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Bajo por las ruinas de Sacsayhuamán de vuelta al centro de la ciudad. Esta vez puedo ver la plaza de armas de día, sigue siendo igual de bonita con la Catedral de Santo Domingo, la fuente, la escultura al inca y las arcadas que la rodean. Descubro un Starbucks con sabores raros como Algarrobina, Manjar blanco y Lúcuma. Por supuesto los pruebo todos, la Lúcuma está deliciosa! Camino por la Avenida el Sol hasta correos, paso frente a la iglesia de Santo Domingo, las ruinas de Coricancha, me queda por ver la Plaza de la Almudena, el mercado de San Pedro. Es una ciudad bonita, tranquila, limpia y agradable con un sol que calienta pero no molesta. Está llena de casas postcoloniales mezcladas con referencias, esculturas, ruinas y pinturas incas.

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Perú no es tan barato como su vecina Bolivia, la calidad de vida es diferente, hay menos gente vestida de forma tradicional, reciben más turistas, la cultura tradicional parece haberse mezclado con la moderna mientras que en Bolivia la una parece una evolución de la otra. Por 35 soles (10 euros) tengo un autobús nocturno de vuelta a Puno allí tendré que coger uno hasta La Paz donde me quedo un día para que México me reciba duchada y con ropa limpia

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Copacabana y Isla del Sol

Hasta hace unos días todo lo que sabía de Copacabana tenía que ver con un bar en la habana y la canción de Barry Manilow. Hace más de un mes una amiga de albergue me recomendó la Isla del Sol en el lago Titicaca, el más alto del mundo, así que cuando me vi en La Paz con una semana y media extra para coger el vuelo a México no lo pensé dos veces e investigué como llegar a Isla del Sol. Desde La Paz se coge un bus que tarda unas 4 horas en llegar a Copacabana incluyendo el cruce del lago Titicaca por San Pedro de Tiquina; el bus por un lado y los pasajeros por otro para que no se hunda el barco. En el norte de Bolivia las mujeres siguen llevando sus fardos de colores con los que transportan de todo, incluyendo niños a la espalda, pero además llevan un sombrero tipo bombín que parece flotar sobre sus cabezas. Estoy en el barco fijándome en la gente que me rodea, todos bolivianos menos un chico y yo. Voy pensado en cómo cambia la manera de vestir de un sitio a otro cuando veo un señor muy mayor subir a la barca y quedarse de pie. Está un poco lejos pero nadie más se mueve así que me pongo de pie para cederle el sitio, justo en el instante en que me pongo de pie y la gente de mi alrededor me mira para saber por qué rayos me estoy moviendo en una barca que se tambalea de tal manera que vamos a ir todos al agua me doy cuenta que ese señor tan mayor es el barquero y que no es una gran idea ofrecerle me asiento. Pero no me siento de golpe como mis rodillas me piden sino que muy dignamente saco el móvil hago una foto y me vuelto a sentar mientras el resto de la barca piensa, y con razón: Putos Turistas.

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Cruzamos el lago navegable más alto del mundo, el Titicaca, y volvemos a montarnos en el autobús. Me encanta viajar por Bolivia en bus, los paisajes son increíbles y puedes observar la vida de la gente del país sin molestarles. Odio los turistas que meten la cámara en la boca de los lugareños para sacar una foto exótica. Ya sólo queda una hora para llegar a Copacabana y debo ser la única que pagaría al chofer porque diera un par de vueltas antes de entrar en la ciudad. Cuando el bus para, bajo a regañadientes con los demás, mochila a la espalda y me dirijo a mi alojamiento que ya he visto 50 metros más atrás por la ventanilla. Al bajar me paro un segundo más de lo que señalaría la indiferencia frente a un cartel anunciando billetes y una señora me pregunta: Paz? Puno? Isla del sol? – Isla del Sol respondo. Empieza a hablar, pregunto el precio, 25 bolivianos (3.35 euros) ida para dormir allí, 30b ida y vuelta. -Tienes alojamiento para hoy? -Sí, me quedo en Copacabana -Donde? -Hostal Wendy algo… Me indica rápidamente donde está, me explica el color de las paredes y me asegura que en Isla del Sol hay alojamiento del mismo estilo muy barato. Le doy las gracias, le digo que voy a descargar la mochila y ya volveré. Me ha caído bien pero ambas sabemos que si encuentro algo más barato no volveré. -Estaré aquí hasta las 9 de la noche. -Eso es muy tarde- Respondo mientras me alejo pensando que a esas horas suelo estar en la habitación preparando el día siguiente e intentando hacer funcionar el wifi. Poco sabía lo que me esperaba esa noche.

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En el hotel Wendy no sé que me espera una tele con cable que no funciona, wifi que no funciona, desayuno incluido y una habitación con vistas al lago por 30€, uno de los sitios más caros que he pagado hasta ahora por noche pero no había mucho más donde escoger. No caigo que una habitación con vistas significa subir a un tercer piso sin ascensor a una altura de 4000msnm hasta que llego jadeando, con el corazón a mil y me tiro sobre mi cama respirando por la boca. Uno de los problemas de la altura, además que no poder contar con tu habitual resistencia y lo que te parece un «esto no es nada» se convierte en un «voy a morir», es que pasas de estar bien a quedarte sin oxígeno sin darte cuenta porque el cuerpo no absorbe la cantidad de oxígeno acostumbrada. Mi consejo es que no intentéis subir tres tramos de escaleras del tirón por muy fácil que parezca. Aprovecho y me doy una ducha caliente que sabe a gloria, tomo el sol con la ventana abierta y caliento las bambas que buena falta les hacía después de la humedad de La Paz. Me obligo a moverme del sol y visitar la ciudad que apenas tardo una hora en recorrer. Abarrotado de vendedores hay un paseo de costa, la plaza de la iglesia y el mercado (6 mandarinas por 60cts de euro). Abarrotado de vendedores de tours y billetes está la calle de buses donde otra mujer me ve mirando y me pregunta si quiero billete. Me ofrece el mismo precio que la anterior. Finalmente medio solitario en un lateral de la ciudad está el cerro Calvario. Lo recorro todo menos el cerro porque todavía pienso en los tres pisos y las vistas de mi habitación. El sol empieza a ponerse mientras paseo por la costa así que doy media vuelta y me fijo que los chiringuitos de comida tienen todos un minibidón con agua caliente y jabón para lavarse las manos. Sin el sol hace bastante frío así que me siento a tomar un té y calentarme las manos, calculo que cuando salga de aquí iré a hablar con alguna de las vendedoras de billetes para Isla del Sol y que me cuenten mejor como está el alojamiento por ahí. Luego tendré tiempo a cenar una trucha típica de la zona y me sobrará para ponerme al día con el blog. Sobre esa hora me dirijo hacia la calle de los autobuses.

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Tengo problemas para reconocer las caras, siempre me ha pasado y aunque a veces lo he achacado a la miopía hace tiempo que descubrí que no es verdad. Viendo una peli puedo confundir a «las dos rubias» treinta veces. Aunque tú y yo hayamos tenido una conversación super intensa y haya intentado memorizar tu cara es muy probable que no te reconozca si te veo dos días más tarde. Dos personas me pueden parecer idénticas simplemente porque tienen el pelo rizado o la nariz de determinada forma. Necesito más tiempo que el resto de personas para relacionar una cara con una persona. No es nada personal y es un problema cuando trabajas en una cafetería y tus clientes te piden «lo habitual» mientras tú piensas «quien rayos eres?!». Aun así por algún motivo me he empeñado en buscar a la primera mujer que me explicó donde encontrar mi alojamiento. Para ello he usado la táctica «reconóceme tu porque yo no lo voy a hacer» consistente en sacar la cabeza por diferentes locales y esperar a ser reconocida. A la segunda es la vencida. Hay una mujer tras el mostrador y un niño a su lado viendo la tele. La mujer me saluda con un «¿Ya te has acomodado?» y sé que estoy en el lugar correcto. Son las 18:45. ¿Cómo acabo ayudando a la mujer a cerrar la tienda a las 21:15, intercambiando datos y dando un abrazo de 5 minutos? Tan fácil como decirle que trabajaba de informática mientras ella habla de cualquier cosa para rellenar el silencio mientras rellena el billete sólo ida para Isla del Sol. De pronto deja de escribir, me mira y me pregunta si lo digo en serio. Me rio y me reafirmo esperando los típicos comentarios de «un mundo de hombres», «como te sientes siempre rodeada de hombres», «como te tratan los hombres» bla,bla,bla. Pero en lugar de eso me empieza a explicar sur problemas con el hardware del ordenador. Los programas son una cosa, suelen ser problemas de virus junto a un mal uso y poco se puede hacer aparte de formatear. Pero hardware… Me encanta! El tiempo que tarda ella en agacharse a mostrarme el problema es el tiempo que tardo yo en quitarme la mochila de la espalda y remangarme. Tiene dos problemas, abro la torre para mirarlos. El primero es fácil, el único informático de la zona que según me cuenta pasa una vez cada tres meses y no es ni informático se olvidó conectar un cable. El segundo problema es más difícil, no puedo hacer mucho con el material que tengo: un cuchillo, un poco de cola blanca para madera y un rollo de celo. La envío «al centro» a comprar pegamento tipo superglue. El niño de 6 o 7 años se da cuenta un rato después que estamos solos y me pregunta dónde está su mamá, le digo que se ha ido a buscar pegamento y me responde con un «Ah!». Aparecen dos guiris preguntando precios y les digo los que sé. Ya se han ido cuando la mujer vuelve con el pegamento. Más o menos consigo mantener el puerto USB en su sitio pero no consigo atornillarlo del lado que no está roto. Le pido al niño que me eche una mano y le acabo dando una clase rápida de hardware y prometiéndole que le ayudaría a pasar una pantalla difícil del juego «Planta vs Zombies». Mientras su madre nos ilumina con el mi móvil. Cuando acabo, él pone las tapas de la torre y lo enciende. Funciona todo! Llegan un par de guiris más preguntando precios para ir a Uyuni, no están seguros de llegar a tiempo a los tours así que la mujer, a sabiendas que yo ya he estado, me mete en la conversación y les ayudo a decidir. Por su lado el niño ya ha arrancado el juego y me urge para que le pase de nivel. Me quedo hablando con ellos, hablando con la mujer, explicándole cosas de mis viajes mientras ella me habla de su marido y los guiris que pasan por ahí. Reímos un rato y me regala el billete a la Isla del Sol. Cambiamos direcciones de contacto y me hace prometerle que volveré. Me hará un precio especial para ir a Puno porque el conductor es su marido, reímos más.

Ese es el tipo de conexión que me encanta de Bolivia, no soy un billete andante, ni una inútil que ha venido a dejar su dinero. Llego a mi alojamiento más tarde de las once de la noche y me arrepiento un poco de haber cogido el primer barco de la mañana cuando veo que lo tengo todo desperdigado por la habitación.

Despertador a las 7:70 para desayunar y coger el barco de las 8:30 que en tres horas me llevará a la parte norte de la isla del sol. La isla más grande del lago con 14km2 de superficie, en la época inca la isla era un santuario con un templo con vírgenes dedicadas al dios Sol. Actualmente está poblada por indígenas de origen quechua y aymara, dedicados a la agricultura, el turismo, artesanía y el pastoreo. Y todavía quedan muchos restos incas como las ruinas arqueológicas de la Chincana (laberinto de paredes de piedra), el Templo del Sol, la Roca Sagrada y la Mesa de las Ceremonias.

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Pongo un pie en el barco y me doy cuenta que hoy sí voy a necesitar las pastillas del mareo que tengo al fondo de la mochila y no voy a poder coger. Meto a toda prisas la mochila dentro del barco, cojo el mp3, las gafas de sol y subo a la parte superior a que me dé el aire. Me siento en el lado más cercano no muy convencida de no soltar la primera papilla antes de soltar amarras y un chico se gira para preguntarme el nombre cuando se interrumpe a sí mismo y grita un -Hombreeeee pero si yo a ti te conozco!!!. «Cagada pastoret» piensa mi cabeza. Ni sé quien es ni me apetece hablar con nadie. Le saludo tan efusivamente como puedo y caigo de donde me conoce cuando pregunta por el ordenador de la mujer de la agencia de viajes. Al final su charla consigue despistarme del mareo y se lo agradezco. Son un grupo de tres chicos y una chica de diferentes partes de España que han venido a pasar tres meses recorriendo Sudamérica. Los cuatro llevan entre ocho y tres años viviendo en Dinamarca. Así que, por supuesto, durante un momento del viaje empezamos a hablar con mucha emoción de fuet, boquerones en vinagre, colacao, horchata, paella, cocido, calçots y un repaso completo a la gastronomía española bajo la mirada de un par de colombianos, una francesa, dos danesas y una brasileña. Se nota que es temporada baja porque exceptuando la pareja de colombianos todos los del barco llevamos varios meses viajando. Sobre las 11:30 llegamos a la zona norte de la isla.

 

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Todo el mundo ha dejado el equipaje en Copacabana y se han traído una pequeña mochila para hacer trekking por la isla. Varios se vuelven esa misma tarde, el resto tienen pensado cruzar la isla de norte a sur y quedarse una noche para ver la salida y la puesta del sol. Mi idea es buscar alojamiento en la zona norte de la isla, ver la zona y al día siguiente madrugar para hacer la ruta con todas mis pertenencias a la espalda. La mayoría de la gente del barco coge un guía que les explica un poco la historia de los incas y les llevará hasta la zona sur cruzando la isla por el medio. Yo prefiero pasar del guía e ir a mi ritmo por la ruta del mar. No he dejado nada en Copacabana así que calculo que llevo unos 20kilos a 4000msnm subiendo y bajando caminitos entre rocas muy cerca del mar. Me lo tomo con mucha calma, tomo fotos de todo, me paro a beber agua, a mirar el paisaje, a dejar pasar a los burritos o las ovejitas que se cruzan por mi camino.

 

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El paisaje es espectacular así que tardo casi tres horas en hacer tres kilómetros, obviamente llego descansadísima a Challapampa. Un pueblito de 50 casas mal contadas donde tengo que preguntar varias veces para que alguien me abra una de las casas que pone «alojamiento». Ya que en realidad, es la parte superior de la casa de una familia a la que han puesto una ducha, un lavabo y un candado en la puerta. La habitación tiene vistas al lago y agua «caliente» por 50 bolivianos (algo menos de 7euros) por noche aunque lo podría haber bajado a 30 regateando. Mi idea sigue siendo despertarme al día siguiente temprano y recorrer con toda la tranquilidad del mundo los 8 kilómetros que me faltan y coger el último bote de vuelta a Copacabana. Pero cuando ya he dejado mis cosas en la habitación y estoy tranquilamente sentada tomando el sol, escuchando el mar, los pájaros y las vacas mugiendo veo acercarse a lo lejos un chico. Es Carlo, un italiano que vino para estar dos noches y ya lleva cinco. Lo que me hace pensar que no tengo ninguna prisa y decido que al menos un par de noches sí me voy a quedar. Me quedo cuando la mayoría de turistas ya se han ido. Y cuando cae el sol la gente empieza a volver del campo y se reúnen en pequeños grupos frente a algunas casas, no hay luz por las calles así que me alegro que sean pocas, en el cielo se ve claramente la luna, la vía láctea y muchas estrellas que no sé reconocer, poco a poco se dejan de escuchar los animales y el ruido del oleaje se hace más claro. A las 7 de la tarde voy en busca de cena y por 25bolivianos (3euros) una sopa y una deliciosa trucha a la romana con arroz y verduras acaban en mi estómago. Los habitantes de la isla parecen tener serios problemas para hablar el castellano, lo entienden pero claramente no es su primer idioma, siendo este el quechua y aymara, así que no tienen ningún interés en juntarse con los extranjeros que vienen y se van constantemente. A las 21h ya no hay vida en el pueblo. La habitación está llena de mosquitos que me molesto en matar antes de meterme en la cama, a medida que oscurece se dejan de escuchar los animales de los establos de los lados y por la mañana me despierta el mugido de las vacas y el sol entrando por el plástico que hace de cortina.

 

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Me despierto temprano para ir a recorrer la isla, teóricamente son 8 kilómetros de norte a sur y se pueden hacer en dos horas. Digo teóricamente porque Challapampa no está en la ruta principal, la ruta sagrada de la eternidad del sol, de 8km que pasa por el medio de la isla sino que recorre la costa, algunos trozos del camino no son más que un sendero al lado del precipicio, la ruta pasa al lado del cerro Khea Koilu, el cerro Chequesani a 4075msnm y sólo la ida hasta el sur se convierten en 4 horas de caminata. En una de las paradas que hago para no ahogarme un hombre me ve a lo lejos y me saluda con la mano, tenemos una conversación a gritos y se alegra que no tenga prisa, se queja que los turistas pasan corriendo por ahí sin apreciar demasiado lo que ven. Al entrar a la isla he tenido que pagar 15 bolivianos (2euros) por entrar en la comunidad Challa, ahora tengo que pagar otros 5b (65 céntimos) por entrar en la comunidad Yumani. De paso que pago pregunto si hay barcos que vayan de la parte sur al norte de la isla y como mucho me temo me confirman que sólo si alquilo un barco privado. La parte sur de la isla está llena de tiendas de artesanía, alojamientos, restaurantes y en uno incluso ofrecen 30 minutos de internet a precio de oro. Sólo me queda dar la vuelta y seguir caminando por las increíbles vistas que ofrece la isla bien lejos de la modernidad europea. Miro el mapa varias veces y veo un camino que cruza por el medio de la isla y se desvía hacía Challapampa, me pregunto por qué no lo he visto al salir del pueblo y los sigo. El camino por el centro de la isla pasa por el cerro Palla Khasa a 4065msnm intento no pararme demasiado para que no se me haga oscuro pero sigo teniendo un paso de tortuga. Cuando llego al desvío hacía Challapampa veo que es un camino de piedras que acaba desapareciendo entre las piedras, miro a mi alrededor y no hay nada más que piedra lisa, ningún camino marcado, ni siquiera la forma de un camino erosionado por el uso. Intento seguir el cauce de un río pero mi GPS me marca que me estoy desviando demasiado, vuelvo a las rocas y empiezo a preocuparme, no me da tiempo a volver atrás sobre mis pasos sin que se haga de noche, es una alternativa porque llevo luz pero no me acaba de agradar. Me aventuro un poco más entre las rocas no muy convencida y sabiendo que no voy a poder hacer ese camino a oscuras aunque tenga la lámpara más potente en la mano, que no es el caso. No muy lejos de mi veo un grupo de cerdos que tranquilamente bajan por las rocas, miro mis pies y está lleno de pequeñas cagadas de cerdos y cabras, no así en los laterales así que sigo el rastro de cagadas hasta que alcanzo a los cerdos y me pongo detrás de ellos. Me guían hasta el pueblo aunque no les hace demasiada gracia que hacia el final les adelante. Entre la altitud, los desniveles y las horas de caminata con el sol de cara llego completamente exhausta. Tengo que hacer un esfuerzo titánico para subir los escalones que me llevan a mi habitación y sólo después de una hora consigo juntar fuerzas para bajar a cenar. Apenas son las 20h pero con el ocaso a las 18h y sin nada que hacer por la noche sólo queda un sitio abierto para cenar. El sitio me ha encantado, es el perfecto sitio para descansar, tomar el sol, bañarse en el agua fría del Titicaca, vivir la naturaleza y hacer un poco de turismo histórico en las ruinas.

 

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Al día siguiente cojo un barco a las 8 de la mañana hacia Copacabana para intentar llegar a Perú. En el barco sólo una niña y yo estamos en la parte superior muriéndonos de frío, me pide que le enseñe a tomar fotos con mi móvil y el trayecto se pasa rápido. Al llegar de vuelta a Copacabana me meto directa en un bar a tomar algo caliente y voy en busca de Cecilia. Le compro un billete hasta Puno, el conductor es su marido, la visita a las islas flotantes de los Uros y el billete de bus hasta Cusco. Su marido se lleva mi mochila al autobús mientras yo voy en busca de algo para comer, cuando vuelvo la veo ocupada con alguien, no quiero molestarla así que me saludo a su marido y voy directa hacia el autobús. A los pocos minutos el bus arranca, avanza unos metros y se para, abre la puerta y suben Cecilia y Julio Cesar, nos damos abrazos de despedida bajo la mirada del resto del bus lleno de guiris que está flipando.

La Paz

El autobús tenía mantas pero aun así llego a la estación a las 7:30 con mucho frío, me meto en la cafetería de la estación y pido un té de coca. He subido mil metros en ocho horas y me siento un poco ida así que además del mate de coca para entrar en calor empiezo a mascar hoja de coca. Parece que funciona porque 5 horas, muchas hojas de coca y dos mates después ya estoy perfectamente. Busco donde comprar un billete para mi siguiente destino y pregunto precios. Gracias a un cartel descubro que los precios de los destinos están fijados con un máximo y un mínimo con el que se puede jugar. Compro el billete para dentro de dos días, en lugar de vendérmelo y despedirse la mujer me pregunta por mi alojamiento. Se lo digo y me saca un mapa para mostrarme como llegar, los sitios turísticos y me da un par de consejos para moverme por la ciudad. Cada vez me sorprende más la amabilidad boliviana!

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Por algún motivo que desconozco las puntas de las bambas están empapadas todo el rato, cada mañana están secas o ligeramente húmedas y a medida que avanza del día se humedecen y se enfrían más hasta que camino sobre hielo. Busco tiendas de zapatos donde me pueda comprar unas botas nuevas, no me es difícil encontrar unas cuantas. Entro en la primera y cuando la chica se acerca a ofrecer su ayuda le pido mi número, un 40, de dos pares de zapatos. Me dice que no tiene ningún 40 fuera pero si me espero un momento seguro que en el almacén hay. Espero dando una vuelta por la tienda mirando otras posibles botas que me gustan. La chica vuelve corriendo como si tuviera miedo a que me fuera, me ha traído sólo uno de los pares y el número 39, la tranquilizo y le digo que no tengo ninguna prisa. Se vuelve a ir a buscar el número 40 del resto. Yo espero. Y espero. Y espero. Y espero. Y después de mucho esperar vuelve jadeando con tres cajas de zapatos. Todas el número 39. No hay números más altos pero me anima a probarlos. Obviamente me van pequeños así que tengo que darle las gracias y despedirme. La misma escena se repite en tres zapaterías más hasta que miro la cuarta desde fuera y entro en la cafetería de al lado a pedir un Api y un «pastel». El Api es una bebida caliente tradicional de Bolivia hecha con granos de maíz morado o amarillo, lo he pedido mezclado. El pastel es una empanada frita de masa muy delgada que parece un globo de aire con un poco de queso en su interior. Tengo que cambiar de país para encontrar zapatos de mi talla.

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Después del descanso sigo caminando por la Avenida 16 de Julio, al fondo hacia abajo veo un parque y no puedo evitar dirigirme hacía él sin dejar de pensar que lo que ahora bajo tan alegremente lo tendré que subir. No es fácil subir cuando estás a 4000msnm y tu cuerpo no está acostumbrado, cada paso se siente el doble y a cada tres pasos te falta el aire. Lo bueno es que basta pararse unos segundos para que los pulmones recuperen el aire y seguir caminando. El parque que he encontrado se llama Parque Urbano Central y tiene varias canchas de fútbol, voleybol, varias parejas sentadas sobre el césped inclinado y un mirador, Laikakota. A medida que dejo las canchas abajo veo que está cada vez más abandonado, al final hay carteles rotos por el suelo y tengo que saltar sobre unos ladrillos para llegar al mirador. Desde ahí se puede ver la forma de embudo recubierto de casas que tiene la ciudad, al final de las vistas, pasado el puente se ven las mismas montañas sin casas. La altitud de la ciudad varia de los 3000msnm a los 4000msnm, está construida entre montañas con su centro en una planicie que apenas se mantiene unos metros antes de volver a subir en forma de montaña, está abarrotada, es ruidosa y gris, no le acabo de encontrar el encanto de Bolivia. Pero cuando cae la noche desde la parte más baja se ven las casas iluminadas en las laderas de la montaña y parece que hay miles de estrellas a tu alrededor. Luego bajas la cabeza a la calle y ves basuras que han sido revisadas por las esquinas, gente tirada durmiendo en la acera y, con una mala iluminación amarillenta, personas caminando con prisa por llegar a su destino. La calle comercio está justo debajo del museo de Etnografía y Folkore, es la calle peatonal que llega a la plaza Murillo, el último resquicio de vida que queda en las tardes oscuras, donde se mezclan guiris y bolivianos buscando como pasar el rato.

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Durante el día la ciudad sigue siendo gris y llena de furgonetas que gritan su destino, por 2 bolivianos te puedes subir en ellas. Además tiene tres líneas de teleférico que te llevan a ver la ciudad desde arriba por 3 bolivianos el billete. Me sigue pareciendo curioso que el gentilicio y el nombre de la moneda sea la misma palabra pero aun me parece más curioso que cada vez que dicen el precio de algo añadan la unidad; «bolivianos», como si quisieran ponerse en venta.

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Pegada a La Paz está la ciudad de El Alto, hace apenas 30 años que se separaron, esta es la ciudad a más altura respecto al nivel del mar del mundo y por supuesto tiene el aeropuerto más elevado del mundo que me llevará a Bogotá, Lima y finalmente México en unos días.